La hermana, la madre, la abuela y la mentora
La autora examina distintos problemas que se plantean a las jóvenes en su desarrollo laboral, especialmente en su relación con distintas figuras en los vínculos: la madre, por supuesto; la hermana, la abuela (pero las abuelas ya no son lo que eran) y un nuevo personaje: la mentora.
Por Mabel Burin *Algo muy escuchado entre las chicas jóvenes: “A mí no me va a pasar eso del ‘techo de cristal’ (que grafica la subrepresentación de las mujeres en los puestos elevados de las organizaciones laborales), porque sólo de mí depende y sé que lo voy a superar”. En esa formulación actúa un mecanismo de defensa que es la negación; consiste en tratar los elementos de la realidad que resultan desagradables o provocan angustia como si no existieran. En estos casos, se niega que existe, en el campo laboral, una realidad opresiva, que se agiganta cuando las mujeres se ven exigidas a armonizar su vida laboral con su vida familiar, especialmente si tienen niños pequeños.
Para los varones, la negación consiste en que, en cuanto a la crianza de los niños pequeños, “ése es un problema de ellas, yo me tengo que concentrar en mi carrera laboral”. El mecanismo de negación se afirma aquí sobre una realidad social y cultural que atribuye a las mujeres ser las principales responsables del escenario doméstico. En nuestras investigaciones (efectuadas, con Irene Meler, en el marco de la UCES), al explorar el sentimiento más íntimo de los varones respecto de sus hijos pequeños, muchos manifestaron que sí deseaban dedicarse más a su cuidado, desplegar más activamente los llamados “vínculos de apego” con sus hijos. Estos hombres han debido utilizar también diversas formas de racionalización para soportar esta frustración a sus necesidades de apego. Actualmente se describen las “nuevas paternidades” como intentos de superar esa injusta distribución de bienes –materiales y subjetivos– entre los géneros.
Otro mecanismo de defensa entre jóvenes es la idealización, recurso en el cual se toma la parte por el todo, y esa parte se agranda y embellece de tal modo que el resto pasa desapercibido. Hay muchachas que idealizan su entorno familiar, especialmente a madres y hermanas, y dan por supuesto que contarán con su apoyo para formar una familia y criar a sus niños. Con esta idealización desestiman que su madre o sus hermanas u otras familiares pueden no estar disponibles para semejante compromiso, incluso por obstáculos tales como la falta de disposición subjetiva de las abuelas actuales para cuidar de sus nietos.
La autora española María Angeles Durán (El pelo gris debe ponerse de moda, accesible en Internet) considera que las abuelas actuales somos la última generación de mujeres dispuestas a apoyar a nuestras hijas en la crianza de sus niños a cambio de que ellas puedan desarrollar sus carreras laborales. Este espíritu de sacrificio y de postergación de las propias necesidades en nombre de las necesidades de los otros ya no está presente en las nuevas generaciones de mujeres, especialmente entre aquellas que han tenido oportunidades educativas de nivel superior y han desarrollado carreras laborales en las cuales quieren permanecer hasta un período que va más allá del momento de la abuelidad.
Este tipo de trabajo de las abuelas, considerado como una extensión natural del trabajo maternal y doméstico, ha dejado de tener vigencia y legitimidad entre un amplio grupo de mujeres mayores, a pesar de que en sus hijas jóvenes persiste la representación de sus madres como cuidadoras, y no vacilan en catalogarlas como “egoístas” cuando las abuelas desean preservar aquellos deseos que trascienden la esfera familiar y doméstica, por ejemplo porque han desarrollado intereses artísticos o intelectuales que las alejan del cuidado de sus nietos.
Cuando las muchachas jóvenes se afirman en el mecanismo de la idealización respecto de los apoyos familiares para criar a sus niños, la decepción ulterior suele ser agigantada, y se ven sumergidas en conflictos emocionales que a menudo comprometen su salud física y su vida laboral. Sin embargo, todavía persiste el espíritu de solidaridad entre mujeres cuando se trata del cuidado de los niños, especialmente en las comunidades pequeñas, donde suele haber un firme espíritu de solidaridad entre sus miembros.
La mentora
Ante mujeres con conflictos vinculados con los fenómenos del techo de cristal y de los laberintos de cristal en sus trayectorias laborales, es importante la figura de la mentora, que tiene una significación singular en la vida laboral de las mujeres. Habitualmente, las mujeres que se insertan en carreras laborales se han desarrollado en contextos familiares donde había una mujer que operaba como figura de referencia, modelo de rol en el ámbito doméstico. Cuando las mujeres salen al ámbito público, es probable que puedan contar con una figura mentora en el ámbito laboral o de los estudios, por ejemplo, una jefa o una profesora que les muestra un camino en el mundo del trabajo; pero ella difícilmente podrá guiarla y asesorarla en otros aspectos de su vida como la intimidad familiar. Esto hace que el hallazgo de una figura mentora para las muchachas jóvenes sea difícil y contradictorio, porque es probable que ellas deseen articular su vida laboral con su vida familiar.
El hallazgo y la aceptación de una mentora es objetivo y subjetivo a la vez: no sólo se trata de encontrar a una mujer que esté en condiciones objetivas de operar como modelo de rol en la vida laboral; también será necesario que las muchachas puedan investir libidinalmente a esa mentora y que enfrenten los conflictos de ambivalencia que ésta les suscite, apreciando el valor y la eficacia subjetiva con que opere esa figura en su trayectoria laboral.
El problema que, insisto, suele presentarse es que el vínculo con la figura de la mentora se da principalmente en el ámbito laboral, en un contexto extra familiar, donde no se enseña a desarrollar aptitudes muy personales en el campo de la afectividad ni en los vínculos de intimidad. Esto implica limitaciones en el vínculo: no es exactamente una falta de modelos femeninos para desarrollar una carrera laboral, ya que la mentora suele ofrecerse como modelo de rol en el ámbito laboral, pero no así en la vida privada.
Para los varones, la cuestión de hacer coincidir un modelo para la vida privada con la vida en el ámbito público no parece acarrear problema, porque todavía suelen delegar en las esposas la construcción y el sostén de los vínculos de intimidad y de las relaciones familiares. En cambio las mujeres sostienen la doble inscripción, en la vida privada del hogar y en la vida pública del trabajo. Esto les implica un doble funcionamiento subjetivo, pues las reglas que rigen en la vida pública no son las mismas que se despliegan en la intimidad de la pareja y de la familia, las cuales deben quedar disociadas cuando las mujeres se incorporan a los lugares de trabajo bajo condiciones construidas bajo parámetros masculinos.
Un efecto de esta contradicción es que, aunque puedan hallar una mentora en la vida laboral, en sus vidas privadas quedan muy ligadas a sus madres o figuras maternas sustitutas, o bien a los requerimientos de sus parejas. Ambas figuras, materna y de pareja, pueden sostener posiciones subjetivas tradicionales en cuanto al lugar y el papel de las mujeres en la vida familiar, y expresarlas bajo la forma de críticas, comentarios culpógenos y otras manifestaciones que pueden resquebrajar el esfuerzo subjetivo de las mujeres.
Hasta el presente, el género masculino se ha orientado en lo laboral aceptando tener figuras mentoras que habiliten sólo para el mundo del trabajo, pero para el género femenino esto no es suficiente: ellas a menudo no pueden y no quieren delegar sus vidas familiares ni postergarlas indefinidamente. Los efectos de este doble funcionamiento subjetivo para las mujeres implican tensiones y conflictos difíciles de resolver. Aun cuando, cada vez más, hallamos varones que comparten estas inquietudes con el género femenino, y también hallamos mujeres que sólo desean desplegar una vida laboral sin implicarse en los conflictos de la vida familiar, todavía el grupo mayoritario es el de las mujeres que se ven requeridas a resolver estas situaciones conflictivas.
Proponemos la figura de la mentora, para las mujeres, como alguien que opera para la subjetividad femenina en la adquisición de una identidad laboral, pero también como mediatizadora entre el mundo del trabajo y el de los vínculos afectivos y de intimidad. Este concepto es similar al que propuso el psicoanalista inglés Donald Winnicott cuando describió el valor de los “objetos transicionales” para el desarrollo en la temprana infancia. Un rasgo de los objetos transicionales es que son subjetivos y objetivos a la vez: en tanto son objetivos, están ubicados en objetos o personas que existen en la realidad, mientras que su aspecto subjetivo, investidos libidinalmente, contienen aspectos del propio sujeto.
El concepto de mentora se refiere a una figura que contiene proyecciones de la propia sujeto, aspectos de su propia subjetividad, reales o imaginarios, experimentados anteriormente con otras personas –por ejemplo, con una figura materna, paterna o fraterna– que operaron como figuras tempranas de identificación, a veces de modo conflictivo. Junto con estas proyecciones, también se le atribuye ser la representante del mundo público del trabajo, de la realidad que requiere sus saberes, habilidades, experiencias. Esta doble representación de la mentora, subjetiva y objetiva, tiene un efecto a veces conflictivo sobre el vínculo con la mentora, a la vez que es fundante en la identidad laboral de las mujeres, en cuanto las sostiene para enfrentar sus conflictos de modo creativo.
Debemos estar atentas a que estas relaciones, a menudo difíciles, no den como resultado el abandono o renunciamiento a establecer proyectos firmes y sostenidos en el ámbito laboral, o bien al desaliento en el orden de mejorar las trayectorias laborales. La figura de la mentora operará para contener y sostener los proyectos e inquietudes de las muchachas, mostrándoles caminos posibles para no declinar en sus esfuerzos.
Muchas mujeres de nuestra generación, que ya hemos transitado por esos conflictos y hemos encontrado modos variados de resolución, podríamos constituirnos en un colectivo solidario a disposición de las nuevas generaciones, para encarar las demandas laborales actuales con espíritu de justicia y equidad.
* Directora del Programa de Estudios de Género y Subjetividad de la UCES. Texto extractado de “Jóvenes, trabajo y género. Itinerarios laborales, laberintos de cristal y construcción de subjetividades”, que publicará, como parte de un libro de varios autores sobre trabajo juvenil, la Universidad Autónoma de México (UNAM).
- Malévolo sexismo benevolente
Por Mabel Burin * - “Laberintos de cristal”
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